De la noche a la mañana mi hijo Gabriel dejó de ser el que era. Comenzó a encerrarse en su habitación y a estar triste y enfadado sin motivo aparente. Después empezó a suspender asignaturas cuando hasta entonces había sido un alumno brillante y a no querer ir al instituto diciendo que le dolía la tripa y que se encontraba mal. Le llevamos al médico y nos dijeron que estaba todo en orden. Un día, cuando mi mujer y yo estábamos ya desesperados, se atrevió a contarnos que en clase había unos compañeros que le insultaban y le habían encerrado en los vestuarios del gimnasio. Inmediatamente hablamos con el profesor. Ellos no habían detectado nada, pero se pusieron manos a la obra. Parecía que las cosas estaban más tranquilas en clase, pero creeríamos que Gabriel no estaba bien. Buscamos a un psicólogo que nos pudiera ayudar porque nosotros no sabíamos cómo hacerlo y fue entonces cuando dimos con Noelia. Lleva varios meses viendo a Gabriel y hablando con nosotros y estamos trabajando para que las cosas vuelvan a ser como antes. Nuestro hijo está más comunicativo y abierto con nosotros. Le notamos con mucha más confianza en sí mismo y, lo mejor, no han vuelto a meterse con él.